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El hombre en la posición clave

Amedeo Musto D’Amore, conserje de hotel, colecciona secretos.

Amedeo Musto D’Amore es el conserje responsable del Hotel Vier Jahreszeiten de Hamburgo. En sus 40 años en el hotel, ha gestionado peticiones raras y maravillosas.

Un gladiador está sentado en una butaca beige de una suite de lujo. Este, sin embargo, no calza sandalias, ni lleva grebas o yelmo como los de la Antigua Roma. Su equipo de combate consiste en un chaqué negro, una tez bronceada y una sonrisa tan cálida que le confiarías tu vida de inmediato. «En la arena, los gladiadores luchaban hasta la muerte. Yo hago lo mismo para garantizar la felicidad de mis clientes», dice el hombre con un nombre salido de un romance italiano de Hollywood. Es Amedeo Musto D’Amore, conserje responsable del Hotel Vier Jahreszeiten de Hamburgo. De hecho, su personalidad y encanto son suficientes como para enviar a Robert De Niro a una jubilación anticipada («soy italiano, lo habrás notado por el acento»). Su papel en el tradicional hotel de 5 estrellas se puede comparar con el de protagonista de un taquillazo. Aunque uno de segunda. Un conserje debe estar en segundo plano para los demás. Pero sus modales discretos y amables contradicen su determinación por la victoria. Quizás es por eso por lo que es toda una institución en este gran hotel de lujo.

El trabajo de un conserje es un arte

Lleva trabajando aquí 40 años, más que cualquiera de sus compañeros. «Me descubrieron», dice al recordar con orgullo descarado el momento en el que el anterior director del hotel le pidió que trabajara para él. Fue en el verano de 1976. El director se alojaba en un hotel de Taormina, Sicilia, donde él trabajaba. D’Amore aceptó su oferta y se enamoró de inmediato del hotel de 120 años, de la ciudad y de una muchacha de Hamburgo.

Sentado en uno de los sofás forrados de seda del hall, viéndolo hablar por teléfono y estrechar la mano, uno no se da cuenta de inmediato, pero lo que hace, es más que un servicio, es una forma de arte. Siempre comprensivo y atento, todo el que entra siente que está allí exclusivamente para ellos. Comprende a la perfección cómo se sienten los clientes; conoce la naturaleza humana tras haber acumulado años de experiencia en psicología y sociología. «Adivino en un instante cuando alguien ha reservado una suite para sentirse el rey del mundo. También reconozco a un multimillonario debajo de unos tejanos y una camiseta». Es a él a quien confían sus problemas más personales, como cuando se necesita un ginecólogo para confirmar un embarazo. «Es como oír una confesión. Escucho, pero nunca cuento». Todo lo que ha aprendido sobre las preferencias de sus principales clientes, y que estaba escrito a mano en 14 000 tarjetas, ha sido transferido a un ordenador, pero seguro que es mejor preguntarle a él directamente.

Cuando cambia su chaqueta de lino y sus gafas de aviador por la raya diplomática y la corbata para empezar su turno, nunca sabe qué le espera. Eso es lo que le encanta de su trabajo. Conseguir entradas que estaban agotadas o una mesa en un restaurante repleto; aconsejar a los turistas chinos dónde comprar; todo forma parte de sus quehaceres. Pero también hay peticiones raras y maravillosas, como cuando una princesa de Arabia Saudí se hospeda con todo su séquito. «A diferencia de los huéspedes europeos, están acostumbrados a tener lo que quieren con solo pedirlo; tienes que mantener la calma». Sabe que cuando un jeque viene de visita, le acompañan cientos de bultos de equipaje y puede pasar cualquier cosa. Es posible que tenga que conseguir 80 vacas lecheras del norte de Alemania y enviarlas a Yeda. Una vez, una princesa pidió un poni; y tuvieron que transformar una suite en un oasis de los 80. Una de las plantas artificiales ahora vive con D’Amore, en el barrio de Bramfeld de Hamburgo.

Ha visto pasar a todas las grandes estrellas por el Vier Jahrzehnten, pero no te molestes en preguntar. Responderá educadamente, pero no soltará prenda. El hombre de pelo de plata siempre está impecable y domina como nadie el arte de la elusión. También prefiere quedarse su edad para él.

D’Amore tiene todo un patrimonio de recuerdos

Un gran sobre guarda sus recuerdos preferidos de los días en los que pedir autógrafos no estaba mal visto en su profesión. Deja caer el contenido de forma casual sobre la mesa de vidrio ante nosotros. Fotografías en blanco y negro firmadas, sobres con escudos de armas y sellos y tarjetas de papel hecho a mano aterrizan al lado de un anuncio de servicio de habitaciones. «Mi amigo Peter Ustinov, qué gran hombre; Heinz Rühmann, también amigo mío; oh, y los padres de Lady Di, tan amables y cercanos, me invitaron a ir a Inglaterra». D’Amore tiene todo un patrimonio de recuerdos y nunca se cansa de ellos.

Al recordar un episodio en el que un pudin voló por los aires y Mick Jagger decidió columpiarse de una lámpara de araña, él solo dirá: «Seas quien seas, debes saber comportarte. Hacer de Tarzán es ir demasiado lejos». Para los Stones, el hotel siempre está completo, 365 días al año. En cambio, a Sophia Loren siempre la tratan como a una reina. Desde el día que pidió una cocina en su habitación para poder prepararle espaguetis a su marido, Carlo Ponti, ya no hay nada que sorprenda a D’Amore, y aunque lo hubiera, solo se limitaría a levantar una ceja.

«Las peticiones de la gente siguen siendo igual de extravagantes».

Algunas de sus historias albergan cierta nostalgia: «Hoy en día, nuestros invitados no tienen tiempo, todo se tiene que hacer en un plis plas. La calidez humana ha desaparecido». Pero añade con una sonrisa: «Las peticiones de la gente siguen siendo igual de extravagantes». Hombres de negocio estadounidenses que siempre quieren comer en sus habitaciones a las doce del mediodía (de su país, es decir, las doce de la noche aquí). Oligarcas rusos que quieren traer a amigas especiales en jets privados. D’Amore nunca dice «No». Cuando los clientes asiáticos dicen que quieren hacer una escapada de un día desde Hamburgo a las montañas, les sugiere una alternativa que no les obligue a viajar a la otra punta del país. «Si no les gusta, siempre intento hacer lo imposible». Como si quisiera demostrarlo, saca una libretita forrada de piel de su bolsillo. Es el resultado de 40 años de cordialidad y fiabilidad, algo que aumenta de valor con los años para un conserje: su red de contactos.

Esas codiciadas llaves abren puertas, y no solo a D’Amore. Las llaves de oro cruzadas que D’Amore lleva en la solapa son la insignia de Les Clefs d’Or, una asociación de los mejores conserjes del mundo. El apoyo mutuo es parte del código profesional. «No somos lobos solitarios. Cuando otro miembro pide ayuda, puede contar conmigo. Es cuestión de honor». También pide ayuda a sus compañeros de los establecimientos más prestigiosos cuando, un domingo por la tarde, un cliente recuerda que tiene que enviar 300 rosas a Copenhague al tocar la media noche. Todas las floristerías están cerradas. De modo que trabajan juntos para garantizar que se entrega un ramo en una autovía entre Alemania y Dinamarca. Pero, aparte de toda esa generosidad, hay un número que el napolitano atesora más que el de cualquier miembro de la realeza, jeque o cirujano: el número de teléfono de la diva Gina Lollobrigida.

Autora: Lena Schindler
Imágenes: © Johannes Mink